Sol negro



Hay demonios que ensordecen agitando la lengua, 
se palpan con la intención y el deseo malsano de herir, 
de gemir apenas apretando los dientes.

Ocurren en la inmensidad del espejo, en la mirada cargada de aleteos imposibles.

Imperceptibles apenas se sienten como puntos de fuga, 
con toda la propiedad de soles grotescos, burlones sí; 
pero soles hermosos conscientes de su belleza descarnada.

Están ahí, abriéndose en lo profundo de algo
que brota índigo entre la voz y las manos.

Se invocan en la penumbra con las piernas aladas,
y el vientre disfrazado de anémona,
ofreciendo la herida roja y palpitante;
aguardando sedientos, 
hasta desvanecerse
en un breve quejido hundido al final del grito.

Están ahí, soñándote, soñándome;
preguntando sin saber qué pasa, dudando entre
la piedra, la sombra,
el ave, el viento, 
tú o un pedazo de vida desmemoriada.

Están ahí, afuera.

Y yo aquí, respirando un monstruo lleno de sangre y etcéteras. 




Con Abril cocido en la piel



Aguardaba con la mirada impaciente,
donde todo giraba de un modo extraño
cada movimiento decía mentiras con los rostros alados,
y palabras aferradas en la hoguera.

Bajo su nombre aún quedan trazas de ceniza y fuego,
en la boca entreabierta  lleva murmullos de caídas verticales
y algún destello adornando los ojos; ojos pontenciado vida.


Las cicatrices son caminos con el tiempo extraviado,
desnudo y con la sed apagada;
arañando pedazos de alma y cielo.


Hoy el tiempo nos está viviendo, 
tiene la mirada larga y cruje bajo nuestros pasos,
la espera arde.


Y él conmigo.


Con el Abril cocido en la piel invade los sentidos,
acompañando un lenguaje que se abre paso dibujando agua,
las tormentas cobran forma, 
los gritos bailan en la punta de la lengua.


 Y la vida parece existir.


El cuerpo es uno sólo, el vaivén de los latidos estalla en nuevos mundos, 
cada suspiro se siembra y crece más adentro,
llenando de madrugadas de sonidos y viento.


Un escozor arde en la garganta, las sensaciones florecen,
los cuerpos vibran, las pieles se funden entre las sábanas.


Y yo, aún puedo galopar sobre tu nombre. 





                                                                                                                    Para Eduardo.